La Iglesia Sin Barreras
- pandevidamcallen
- 20 abr
- 6 Min. de lectura

Creo que no me voy a equivocar con lo que les voy a decir, pero todos sabemos lo que significa la discriminación más que por su significado técnico, porque lo hemos experimentado en algún momento en carne propia. Algunos han sido rechazados por su color piel, otros se les ha dificultado el poder encontrar buenas oportunidades para avanzar porque sencillamente no nacieron en este lugar, otros hemos sentido el rechazo porque se nos dificulta el comunicarnos en el idioma. Pero, hay a un abismo de diferencia entre ser la víctima de discriminación, a pasar a ser el victimario por discriminación. Si somos sinceros y revisamos un poco nuestras actitudes, tenemos que reconocer que consciente o inconscientemente, o mejor como dicen por ahí, (Sin querer queriendo) nosotros hemos tratado a otras personas con cierto nivel de preferencia.
En algunos escenarios, en algunos contextos, bajo algunas circunstancias todos hemos caído en este grave error. Porque la inclinación natural del hombre es a mostrar aceptación hacia las personas que lo tratan bien, o tener un mayor acercamiento con las personas que mejor se adaptan a los intereses que podamos tener; ya sea con personas que poseen un buen puesto en la empresa, o tienen mucho dinero, o gozan de algún renombre, o son personas muy intelectuales y cultas. Sea reflexivo y sincero porque muchas veces favorecemos a otras personas que se alinean con nuestros intereses. Al hacer esto, caemos en el pecado de categorizar a las personas que no me juzgan, que no me contradice; caemos en el pecado de elegir a las personas por su aspecto físico, por su raza, porque hacen parte de mi circulo de personas que me pueden traer un beneficio ya sea a corto, mediano o largo plazo.
El tema es complejo porque, aunque reconocemos que todo tipo de discriminación está mal, muy pocos son los que reconocen que cometen esa falta. Y la realidad es que nosotros lo hemos hecho en diferentes momentos y por diferentes razones. Ahora, si todo esto que les acabo de mencionar es triste, peligroso y muy destructivo, la discriminación dentro de la iglesia es sumamente reprochable. Y todo esto estaba trayendo dolor al corazón del apóstol Santiago. Santiago conocía lo que significaba ser discriminado, excluido y rechazado. Él había visto morir a hermanos en la fe, sabia de las torturas, de las prisiones, y había visto como la iglesia era dispersa debido al odio racial, cultural y religioso que se había desatado en contra los judíos cristianos. Pero ahora tenía un dolor más profundo en su corazón y era que esa discriminación que había visto fuera de las cuatro paredes de la iglesia, ahora había penetrado a su congregación. Y como un cáncer agresivo estaba consumiendo lentamente virtudes como el amor, la unidad y el compañerismo.
Pastor, y en ¿Dónde fue que comenzó todo este mal de la discriminación? Bueno tenemos que retroceder hasta el origen mismo del hombre. Porque el pecado cometido allá en el Jardín del Edén, no solo rompió la perfecta relación que el hombre tenía con Dios, sino que el pecado trajo una división inmediata entre los hombres. La división vino a caracterizar el comportamiento del ser humano. La división entre los seres humanos es uno de las mayores desgracias que ha causado la introducción del pecado en el mundo, y de esto ni la iglesia se salva.
“Mis amados hermanos, ¿cómo pueden afirmar que tienen fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo si favorecen más a algunas personas que a otras?” Santiago 2.1. (NTV).
En otras palabras, si ustedes dicen ser seguidores de Jesús, amar a Jesús, obedecer a Jesús, haber entregado sus vidas a Jesús, no deberían tratar a unas personas mejor que a otras. Al parecer, la iglesia de Santiago estaba dando honor a la persona equivocada, al parecer quienes eran más reconocidos y exaltados eran los más ricos de la congregación. Sin embargo, el apóstol les recuerda que quien debe estar en el lugar de preeminencia en la iglesia no es el pastor, no es la familia del pastor, no son los lideres, no es la familia que tenga más dinero, todo se trata de Cristo y nadie más.
Santiago inicia este versículo con un recordatorio del vínculo que nos une a todos. El apóstol nos dice: “hermanos”. Y es clave esta palabra porque, aunque no todos fueran de la misma familia de sangre, aunque no tuvieran la misma nacionalidad, la misma posición social; que aunque no todos tuvieran el mismo nivel financiero todos eran hermanos en Cristo. Aquí hay algo entre líneas que el apóstol nos recuerda, y que por ningún motivo podemos perder de vista y es: Que el valor de una persona no se calcula en base a su cuenta bancaria, ni por los títulos académicos, ni mucho menos por los carros que puede estacionar en su garaje; el valor de una persona radica no solo en el hecho de ser creados por Dios a Su imagen, sino que Cristo a través de su muerte nos ha adoptado en la familia de la fe.
Por lo tanto, si la discriminación como tal no debería ser permitida en ninguna sociedad, mucho menos debe de existir dentro de la iglesia. Si hay algo en que todos debemos de trabajar por la salud no solo espiritual de Pan de Vida, sino en lo tocante a lo relacional es: El estar cada uno de nosotros comprometidos a que nuestra iglesia sea una iglesia sin barreras, una iglesia que no levanta murallas, una iglesia sin fronteras. Y este desafío que nos da Santiago, no es un objetivo dirigido al liderazgo únicamente, este es un llamado de parte de Dios para todos. Y como les he dicho, el Señor no nos va pedir hacer algo que él no estuvo dispuesto hacer primero.
“Muchos de los que cobraban impuestos y de los pecadores se acercaban a Jesús para oírlo. Por eso, los fariseos y los maestros de la ley comenzaron a murmurar: Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.”. Lucas 15.1. (NBV).
Jesús nunca mostró ningún favoritismo, ni se contagió con las actitudes de discriminación y segregación social que imperaban en su época. A Jesús no le importaba si con quien hablaba o a quien sanaba era un rico o un pobre; no le importaba si sanaba a una mujer culta o una mujer de la calle; o si era un sumo sacerdote o una persona del común, si era una buena persona o una mala persona; si era educado o ignorante, religioso o delincuente. Su amor era sin exclusiones, Jesús trató a todas las personas por igual.
Hermanos vivimos en una sociedad que levanta barreras, hemos etiquetado a las personas NO por su valor real, sino por su apariencia externa. Tristemente tendemos a encasillar a las personas, a etiquetar a nuestros semejantes en categorías, clases, condición, posición socioeconómica, por como lucen, por su color de piel, raza, etnia. Tristemente muchos padres han cometido el error de mostrar favoritismos entre sus hijos produciendo y provocando fricciones, divisiones y distanciamiento entre los hijos. A veces escuchamos frases como: “Mi hermano es el preferido de la casa”. O “El consentido de la casa es mi hermano menor”, o donde hay mayoría de hermanos dicen: “mi hermana es el preferida de papá”.
Tal vez la historia que ilustra lo terrible de esta actitud es la que vemos en la historia de Esaú y Jacob. Isaac y Rebeca tuvieron dos hijos que fueron dos hijos con personalidad diferente, con carácter diferente y con una vocación diferente. Esaú, era cazador del campo y Jacob, más hogareño y apegado a la vida familiar. Y Rebeca, en su obstinación por obtener la bendición para Jacob, planeó todo para que Jacob tomara la bendición que le correspondía al primogénito. Si Dios no interviene en esta situación familiar, otra historia estuviéramos contando. Así que, independientemente de donde se origine la discriminación, usted es importante porque eres importante para Dios. Tú tienes valor porque eres de valor para Dios.
“Por eso, es necesario que se acepten unos a otros tal y como son, así como Cristo los acepto a ustedes. Así, todos alabarán a Dios”. Romanos 15.7 (TLA). ¿Cómo destruir esas murallas?
1. Saquemosle el mayor beneficio a nuestras diferencias:
Como hermanos en Cristo compartimos un mismo Señor, una misma misión, un mismo propósito, y un mismo amor. Compartimos un mismo salvador, la misma vida, y una misma esperanza. Factores que juegan un papel mucho más relevante y determinante que cualquier diferencia que podríamos enumerar. Leer Salmo 133:1.
2. Has un inventario de las actitudes de tu corazón:
Lamentablemente hay muchos cristianos que dicen amar a Dios y obedecer a Dios. Pero esas mismas personas difícilmente pueden relacionarse con otros. Por lo tanto, es necesario que hagamos sinceramente un inventario de la actitudes de nuestro corazón. Leer 1 Juan 4.20-21.
3. El cambio comienza por ti:
Por medio de la obra de Cristo en la cruz hemos sido reconciliados con Dios y al mismo tiempo hemos sido reconciliados entre sí, sin importar la raza, nacionalidad, estatus social, posición económica, cultura, o inclusive el idioma. Leer Gálatas 3.28



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